La escritora Hortensia Campanella, que conoció a Onetti en 1978 cuando él llevaba cuatro años viviendo en Madrid exiliado de la dictadura uruguaya, señaló varias historias del autor, quien además de leer, escribía, comía y charlaba con sus amigos siempre desde su cama.
Un codo deforme, una pistola de juguete y una apatía por admirar bellos paisajes son algunas de las curiosidades que se cuentan del legendario Onetti (Montevideo, 1909-Madrid, 1994).
Por Alejandro Prieto
Montevideo, 18 de abril (EFE).- Un codo deforme, una pistola de juguete y una apatía por admirar bellos paisajes son algunas de las curiosidades que salpican de humor las anécdotas sobre el uruguayo Juan Carlos Onetti, el escritor que, quizá por comodidad, quizá por pereza, amaba quedarse en la cama.
Un colchón, un juego de sábanas y una almohada. No hace falta más que eso para crear un microambiente en el cual envolverse, relajarse y sentirse seguro. Para Onetti (Montevideo, 1909-Madrid, 1994), la cama era aún más que eso, ya que no solo descansaba, leía o pasaba allí la noche sino que también, por elección, escribía, comía y charlaba con sus amigos desde allí.
UN MITO
En diálogo con Efe, la escritora Hortensia Campanella, que conoció a Onetti en 1978 cuando él llevaba cuatro años viviendo en Madrid exiliado de la dictadura uruguaya (1973-1985), señala que la creencia de que el autor de El Astillero no salía de su cama nunca no es más que un mito.
“Salía con poca frecuencia pero salía a alguna conferencia, incluso hizo algunas giras a las que lo invitaban, no le gustaba mucho pero sentía cierta obligación para con aquellos que lo habían ayudado mucho (…); por lo tanto cuando yo lo conocí en el año 78 lo conocí de pie y fuera de su casa -risas-, no estaba en la cama”, afirma Campanella.
Pese a que un artículo de El País de Madrid dice que Onetti tenía en la cabecera de su cama un cartel plastificado que rezaba “Se nace cansado y se vive para descansar. Ama a tu cama como a ti mismo. Descansa de día para dormir de noche”, Campanella, que lo entrevistaba y visitaba regularmente, asegura no recordarlo.
“No recuerdo ese cartel y menos plastificado, como dice el artículo. Si en algún momento lo puso, habrá sido una hoja con una chincheta. Sí recuerdo casi todo el tiempo fotos de (Carlos) Gardel, de (William) Faulkner (…), pero su sentido del humor hacía que escribiera todo el tiempo bromas, ironías”, explica.
De todas formas, para quien, a partir de esa época, sería una de las amigas más cercanas del autor y luego editora de sus Obras Completas, salvo excepciones, Onetti tenía predilección por quedarse en el lecho.
“Con mucha frecuencia lo encontraba en la cama leyendo todo tipo de prensa, todo tipo de novelas, mucha novela negra pero todo tipo de libros, era omnívoro, y empezó cada vez más a quedarse en la cama”, recuerda.
Sin embargo, matiza, el escritor se levantaba siempre que llegaba una visita o cuando llegaba agosto, ya que entonces dejaba su apartamento de la Avenida de América para, con la excusa de “darle el gusto a Dolly”, apodo de su cuarta y definitiva esposa, Dorotea Muhr, salir de vacaciones.
“El hecho es que se levantaba, tomaba un taxi, un avión o lo que sea e iba a otro lugar donde obviamente de nuevo se acostaba y se dedicaba a leer”, puntualiza.
Con las visitas si bien, según Campanella, a ciertos amigos como su compatriota Mario Benedetti y el nicaragüense Tomás Borge los recibía sentados, ella y otros más cercanos lo visitaban junto a la cama en el dormitorio, donde a veces se quedaba durante la cena para estar solo.
LA ESCRITURA HORIZONTAL, EL CODO Y LOS PAISAJES
No son pocas las curiosidades sobre cómo preferían escribir muchos autores famosos. Se sabe que el estadounidense Dalton Trumbo lo hacía en su bañera y hay quienes dicen que la británica Agatha Christie también lo hacía mientras comía manzanas.
Según recogen algunos artículos de prensa, otros escritores, como la británica Virginia Woolf, tenían la costumbre de escribir de pie y en cuanto a escribir acostado en la cama se ha dicho que Truman Capote y Marcel Proust lo hacían.
Según cuenta Campanella, Onetti, además de leer, escribía recostado y siempre apoyado en su codo derecho, una costumbre que aunque parecía no molestarle, llegó a afectarle esa parte del cuerpo.
“Si uno se apoya un rato largo en el codo se le duerme el brazo pero él se reclinaba sobre el codo derecho y así leía y también escribía; recuerdo que ese codo se le fue deformando, le pasaba crema para que no le doliera, pero esa era la posición que él tenía como más cómoda”, resalta su amiga.
Otro dato curioso es que al premio Cervantes 1980 no le interesaban los paisajes durante los viajes y prefería leer a mirar por la ventanilla.
Campanella cuenta que, por ejemplo, en una estadía en una casa de El Escorial con una vista aérea del monasterio, Onetti permanecía de espaldas a la ventana.
“Como él se apoyaba en el codo derecho quedaba de espaldas a ese maravilloso paisaje. Yo le reprochaba, en broma, que no viera esos maravillosos atardeceres, las ardillas que correteaban por el borde de la terraza y él decía que no le importaba nada el paisaje”, señala.
“En broma también, le colgué un gran espejo que estaba ahí en ese dormitorio para que él no tuviera más remedio que de alguna manera ver reflejado el paisaje en el espejo; es una anécdota que siempre recuerdo”, añade entre risas.
LIBROS DESHECHOS, TANGOS Y PISTOLAS
Una de las pasiones de Onetti era la lectura de novela negra, tanto así que Campanella recuerda que Dolly le compraba “kilos” de novelas policiales clase B y, curiosamente, como la edición era barata y se deshacían, el uruguayo las leía literalmente junto a una papelera en la que iba desechando las páginas.
Otra anécdota que, para su amiga, demuestra el sentido del humor del personaje, es la de una oportunidad en la que su esposo, también amigo del autor, y Onetti mantuvieron una conversación usando solo letras de tangos.
“Uno decía algo y el otro contestaba con otro fragmento y era como una especie de diálogo. Como yo no sabía nada de tangos me asombraba pero era como una gran broma”, subraya Campanella.
A su vez, la autora recuerda que un día, cuando su hijo era pequeño, Onetti le pidió a Dolly que comprara dos pistolas de juguete, una para el niño y una para él.
Así, cuando iban de visita, desde su cama Onetti hacía como que le disparaba y jugaban juntos.
El juego quedó registrado en una foto que Campanella conserva y en la que el autor apunta a modo de broma.
“Esa foto se ha hecho icónica porque es muy graciosa. Él tiene un gesto muy serio pero en realidad se está burlando de quien le saca la foto”, rememora.